El día que César cumplió 20 años, su papá le “regaló” un primer derrame cerebral. El policía segundo Gabriel Santiago tenía 15 de minutos en casa, después de despedirse del sector 63 de la Policía Auxiliar, y se preparaba para el primer bocado de pastel cuando un silencioso sangrado en la cabeza tumbó al uniformado. Llegó inconsciente al área de urgencias de un hospital, donde un segundo derrame lo atacó. Sobrevivió para experimentar, una semana después, una tercera hemorragia cerebral y, horas más tarde, el cuarto derrame que le arruinó la vida.
Han pasado 30 meses desde aquel cumpleaños y César convive todos los días con esas secuelas: el policía que durante 19 años, dos meses y 22 días usó la placa 630048 para cuidar a los capitalinos, hoy requiere cuidados permanentes desde ese 6 de diciembre de 2011. Su mundo se redujo a una cama donde hijo y esposa le dan de comer, le cambian el pañal, lo bañan, lo dializan y le piden que no se desespere. A sus 53 años es incapaz de moverse de la cintura para abajo ni usar el brazo derecho.
“Él trabajaba tanto que a veces ni nos veíamos, y esa noche hizo el esfuerzo por estar con nosotros. Amaba ser policía, creo que esto lo causó el estrés del trabajo”, platica Mariana Gómez, la esposa de Gabriel, sentada al borde de la cama que ya no comparte con él.
Para no lastimarlo, ella duerme en la sala, que comparte con su hijo y dos nietos. Se mudaría a otra recámara, si su pequeña casa en la colonia San Simón, delegación Cuauhtémoc, la tuviera. Tiene un comedor incompleto pegado a la pared, un sillón, una alacena que soporta un viejo televisor y un boiler que ennegrece las paredes de ladrillo gris. “Sobrevivimos con la pensión de mi esposo, de poco más de 2 mil pesos al mes. Ya no trabajo, me dedico a cuidarlo todo el día y mi hijo gana 100 pesos repartiendo garrafones, que gasta en mis nietos. Hay días en que yo no como para comprar su medicamento”, solloza Mariana. Gabriel, postrado a su lado, le balbucea: “Viejita, no chilles”.
Mariana, ex guardia de seguridad privada de 54 años, toma unas hojas y las extiende. Dice que son las pruebas de que la Policía Auxiliar (PA) de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal abandonó a su esposo a su suerte cuando ya no les servía.
La baja “voluntaria”
Mariana recuerda que desde que Gabriel entró al hospital y durante tres meses, su esposo tuvo una “buena” atención médica. La situación cambió en marzo de 2012, cuando desde la Subdirección de Recursos Humanos de la PA le anunciaron que ya no pagarían los gastos médicos y sacarían a su marido de la nómina.
“Dijeron que ya no me iban a dar el servicio médico porque él no había firmado su baja de la policía; que después de 120 días sin ir a trabajar ya no podía beneficiarse del servicio. Si él no firmaba su baja, no iban a reiniciar la ayuda”, recuerda.
Agobiada por la posibilidad de afrontar sola hasta 15 mil pesos mensuales en gastos médicos, aceptaron el trato. Le llamaron “baja voluntaria”, aunque dice Mariana que pareció una extorsión, porque la redacción del documento era inmodificable: “Me permito solicitar mi baja de la corporación por así convenir a mis intereses, manifestando que no se me adeuda ninguna cantidad por concepto de Remuneraciones y Prestaciones Sociales, ya que me fueron cubiertas completas durante el tiempo que presté mis servicios, por lo que otorgo a la Policía Auxiliar del DF el más amplio finiquito”. Si no firmaba eso, adiós ayuda.
Al hacerlo, Gabriel renunció a la posibilidad de pelear para que la PA pagara una liquidación o prima de antigüedad por casi dos décadas de servicio. A cambio, obtuvo una pensión diaria de 86 pesos.
“Estamos muy mal. Con las dietas, los pañales, todo, no nos alcanza. Hasta nos orillan a pensar en robar”, dice Mariana. “Nos hicieron ‘perdedizo’ todo al firmar la baja ‘voluntaria’. ¿Usted cree que fue voluntario? Me obligaron vilmente”.
La mano de Gabriel se arrastra hasta encontrar la de su esposa. Los dos se sujetan. “Es muy injusto, ¿por qué nos hicieron esto?”.
Hurgar en la basura
Hoy, la ciudad de México es vigilada por unos 90 mil policías, de los cuales 28 mil 565 son parte activa de la Policía Auxiliar, encargada de proteger a personas físicas y morales. Los distingue su color azul claro y un parche con las letras “PA”.
Reciben un sueldo de entre 4 mil y 12 mil pesos al mes, según su grado y turnos trabajados, pero si son heridos permanentemente, acumulan lesiones graves, su salud se ve afectada por el estrés o rebasan la vida útil para el gobierno; recibirán una pensión con la que apenas podrán mantenerse a sí mismos y a su familia.
De acuerdo con una solicitud de información de EL UNIVERSAL, actualmente hay 3 mil 11 policías auxiliares pensionados. Aquellos que fueron baleados o tan lastimados que ya no le sirven al GDF, les llaman “Pensionados por Incapacidad Permanente por Riesgo de Trabajo” y reciben 3 mil 397 pesos cada mes. Ese mismo monto se entrega a los policías alcanzados por la vejez; es decir, 113 pesos diarios.
Les va peor a los jubilados por “invalidez” —los inhabilitados física o mentalmente por causas ajenas a su trabajo como policías— o los que fueron cesados: sin importar los años de servicio, todos ellos reciben 2 mil 260 pesos con 85 centavos al mes: 75 pesos diarios.
Esto paga la Caja de Previsión de la Policía Auxiliar del DF, una dependencia con un presupuesto en 2013 que alcanzó 4 mil 887 millones 7 mil pesos anuales.
Dichos datos fueron requeridos inicialmente por EL UNIVERSAL mediante una entrevista con el director de la PA, Juan Jaime Alvarado, pero fue negada; después, fue solicitada al área de Comunicación Social de la dependencia en una tarjeta informativa, pero aseguraron que no contaban con esos datos. Fue hasta que se hizo un requerimiento basado en la Ley de Transparencia del DF que entregaron estos números.
“Para la mayoría, la pensión es todo su ingreso. Están tan mal de salud, con tantos padecimientos por años de servicio, que ya no pueden trabajar o nadie les da trabajo. El gobierno nos usa y nos abandona”, asegura el ex oficial Faustino de la Rosa, fundador del Movimiento por la Dignidad y los Derechos de la Policía Auxiliar.
El caso de Gabriel Santiago forma parte de los más de 140 que lleva esa agrupación de policías con discapacidad, enfermos y jubilados que desde hace ocho años pelean para que el gobierno del DF pague liquidaciones, primas de antigüedad, seguros por enfermedad y seguros de vida a quienes velaron por la seguridad de la capital.
“No aceptamos que, mientras los altos mandos de la policía se hacen ricos, los compañeros de 15, 20, 25 años de servicio tengan que comer de la basura”, reclama Juan Santiago, vocero del movimiento.
El policía sin piernas
Este 2014, el ex policía Felipe de Jesús Durán, placa 641596, cumplirá 25 años sin piernas. Las perdió en agosto de 1989, cuando llevaba sólo ocho meses en la Policía Auxiliar del DF. Hacía una ronda rutinaria por la colonia Santa María Insurgentes, cuando vio a dos hombres asaltar una tienda cerca del Hospital General La Raza. Los enfrentó a balazos con su .38 súper y logró frustrar el robo, pero una munición calibre .45 le dio en el abdomen y otra en el muslo derecho.
Cuando recobró la consciencia, despertó en el Hospital Rubén Leñero. La bala del abdomen había perforado el intestino grueso y vaciado el excremento en la herida del muslo. Habían empezado a aparecer larvas en su pierna, por lo que el médico la amputó; seis días después la infección había llegado a la extremidad izquierda y se la quitaron.
“Yo tampoco recibo otra cosa que no sea una pensión. Me dan 3 mil 398 pesos al mes y con eso dicen que debo arreglármelas”, dice el ex policía, quien para sobrevivir hace trabajos de herrería en Tultitlán, Estado de México... cuando consigue un cliente.
Lo más que le ha ofrecido el gobierno capitalino, narra el hombre de 49 años, es una prótesis tan anticuada y rígida que parecía un palo de escoba. Por eso, la rechazó y siempre usa una vieja silla de ruedas… que no le consiguió la PA, sino el DIF de la capital.
“¿A veces se ha quedado sin comer?”, le pregunto. “Sí, a veces”, responde. Mira como si la respuesta fuera obvia: 3 mil 398 pesos al mes son nada cuando, además hay que pagar las medicinas de su mamá de 73 años.
“He pensado en asaltar”
Las historias del Movimiento por la Dignidad y los Derechos de la Policía Auxiliar se apilan por montones: Armando Camacho, 55 años, quien durante 19 años portó la placa 507666, cuenta que recibe tan poco del gobierno que alguna vez pensó en usar lo aprendido para asaltar un microbús ante la necesidad de llevar comida a su casa. Cuando platica su historia, insiste que es difícil honrar su antiguo uniforme, cuando ve a su familia sin comida en el plato.
Carlos Villegas, 57 años, uniformado por 17 años con la placa 700815, considera un insulto que después de salvar la vida de un hombre que cayó a las vías de la Línea 7 del Metro, él esté muriendo de hambre con una pensión de poco más de 2 mil pesos mensuales. Lo cesaron porque faltó tres días a su trabajo por enfermedad y su comprobante médico no fue aceptado.
Adalberto Juan de Dios, 69 años, oficial por 23 años con la placa 509045, está a punto de perder la vista y no puede pagar los honorarios de un oftalmólogo porque de su pensión mensual de 2 mil 260 pesos hay que descontarle mil 200 para la renta de un departamento diminuto que comparte con su esposa. Su matrimonio sobrevive con su aporte de mil 060 pesos al mes, es decir, 35 pesos diarios.
El que en cada junta parece estar al borde del llanto es Eustaquio Lucas, de 45 años, quien en 2007 se lesionó al perseguir a un asaltante en Xochimilco. Iba a cumplir 20 años de servicio, cuando el tropezón le provocó una factura de cadera que lo obligó a entregar su placa 521020.
Recibe una pensión mensual por “incapacidad permanente”, que se esfuma al pagar las medicinas de su hijo de 25 años, quien padece una falla renal, y el tratamiento de su esposa diabética, más sus propios analgésicos y el gasto corriente de casa.
“Ya tiene mucho que no recibo ningún sueldo porque ya no puedo laborar. Los jefes de la Policía Auxiliar nomás me dan promesas de ayuda (...) Hay veces que me la paso tres o cuatro veces sin comer, estoy mendingando como si fuera indigente, ¡sacando de la basura algo que pueda vender para mis tortillas!”.
Si alguien observa al veterano ex policía que se jugó el futuro por un asaltante, verá que el bastón que usa tiene una leyenda que él mismo grabó para sobrevivir a estos tiempos difíciles: “Lucha por la dignidad”. “Me habrán quitado mi presente y mi futuro”, dice, “pero la dignidad, jamás”.
El Universal