El Día del Amor, en una visita conyugal, terminó con la vida de su esposa, para luego intentar suicidarse, ante un arranque de celos que terminó en ira, depresión severa, sentimiento de culpa, arrepentimiento, y todos los sentimientos negativos que puede experimentar un ser humano, según dice, hasta llegar a tener en su cabeza, sólo la planeación de cómo podría suicidarse.
La historia de este hombre según cuenta él mismo, viene desde su infancia. La madre de Alberto, era de Sinaloa, y su padre de Namiquipa, desde que él era un niño, sus padres se fueron a buscar vida en el Valle de Juárez, donde no había escuelas, ni civilización alguna pese a que estaban relativamente cerca de la ciudad, y por esta razón, nunca fue a la escuela, y no aprendió los números ni las letras.
Desde muy niño se fue a vivir con su abuelo para hacerle compañía, debido a que se quedó viudo. Su abuelo, era un hombre trabajador y honrado, pero no le buscó las oportunidades que tiene un niño regularmente, lo enseño a trabajar la tierra, le hablaba de Dios y de ser un hombre honrado, pero le duró poco, a sus 14 años, el abuelo falleció y Alberto se vio solo.
Reciente a la muerte del abuelo, y con una herencia de las tierras que ya podía disfrutar, se fue a vivir con sus padres y sus tres hermanos, pero no se adaptó, “eran puros pleitos porque no estaba acostumbrado a convivir con ellos, mejor me regresé a vivir solo a casa de mi abuelo” cuenta.
A sus 14 años, sin nadie que le orientara, en la plena edad donde las influencias de las amistades pueden formar para bien o para mal a una persona, se vio inmiscuido con todo tipo de amistades, a los 17 años se casó y a los 23 años tuvo su primera hija y dos años después a la segunda.
Pronto se fue a vivir a la ciudad, vendió parte de las tierras y abrió un lote de venta de autos usados, tenía suficiente dinero para vivir bien, y para los negocios se apoyaba de una persona que le ayudara con las cuentas puesto que él no sabía de números, le iba bien, dice.
Un día por la compra de unos carros lo detuvo la policía, los vehículos aparecían como utilizados para un secuestro, de este delito se probó que no tuvo participación, pero también se le seguía una investigación por delincuencia organizada.
En este segundo delito, se le involucró por sus amistades, mismas que él sabía no se dedicaban a cosas lícitas y de todas formas hacía con ellos negocios de los carros, nunca le importó tener estos amigos, no midió consecuencias, dice, hasta que empezó a verlas: “a unos los detuvieron y a otros los mataron”.
Cuenta que al corto tiempo de estar en prisión, su esposa lo dejo de visitar. Liberado del delito de secuestro, podría salir en 4.5 años de la cárcel de los que ya llevaba dos purgados, ya con la esperanza de salir pronto, cometió el peor de los delitos que aumentaron su pena a 40 años de prisión.
Mientras iba a las audiencias durante el proceso legal que llevaba, se ganó la amistad de la policía Anaí Murillo Bañuelos, quien lo trasladaba a cada audiencia de la cárcel a los juzgados, pronto esa amistad se convirtió en noviazgo y luego en pareja formal que hacía visitas íntimas y visitas de convivencia familiar los domingos, las familias se conocieron entre sí, todo marchaba muy bien.
A los tres meses de relación formal, ella renunció a su trabajo y se dedicó al hogar, él le daba el sustento económico gracias a las tierras que le había heredado el abuelo.
Vendió las tierras a constructoras para la construcción de fraccionamientos puesto que la mancha urbana de Juárez alcanzó esos terrenos, y le pagaron mensualmente una cantidad.
Todo parecía la oportunidad de una nueva familia, la historia de la policía enamorada del reo, era extraordinaria, y para Alberto, contar de nuevo con una familia, era la felicidad, saldría libre a los dos años, y ya hacían planes.
La tragedia se tejió cuando Anaí, le empezó a contar de un ex novio en sus temas de conversación frecuente.
Alberto duró un mes incomunicado y aislado del resto del grupo de reos por malas conductas, pero el 14 de febrero, por ser un día especial, le levantaron el castigo y pudo recibir visita conyugal. Todo este mes solo, tuvo para pensar muchas cosas, para imaginar demás, cosas que no son, según sus propias palabras.
Durante la visita conyugal, empezó a discutir con Anaí, porque le dijo que se había traído a su hija de Juárez, sin su consentimiento, ya que ella sabía que él no estaba de acuerdo porque no quería que le hicieran bullyn a sus hijas por tener a su papá en la cárcel, pero la discusión subió de tono porque el dinero que su novia estaba cobrando de la venta de los terrenos, se lo presto al ex novio “porque tenía un hijo enfermo”.
“Como si intencionalmente ella me quisiera provocar celos”, dijo, razón que ahora ve como injustificada totalmente, puesto que si una mujer no quiere lo suficiente a su pareja se le debe dejar libre sin dañarla, dijo.
Alberto describe los celos como “un momento de ira que no se controla, se hace todo sin pensar, por impulso, lastimas a la persona que quieres, es algo que no se puede explicar, porque cuando ya pasa, ni uno mismo se la cree, ni uno mismo se perdona lo que hizo, me desconocí”, expresó con los ojos en llanto al referirse al asesinato de Anaí.
Después de eso, dijo con voz entrecortada, “yo sentí que no merecía vivir, me desconocí, no podía creer que le hice algo así, a la mujer que me dio cosas buenas…”. Comentó en pausa de un silencio.
Con tanto tiempo para reflexionar ahora entiende la razón de sus celos, con ayuda de la psicóloga, ha analizado que desde siempre en su familia vio los celos como conductas normales, su padre era celoso, y sus amigos también y él también lo era, pero nunca los había sentido de este modo, “creo que esto le puede pasar a cualquiera, de ser una persona normal, te conviertes en esto, “pero te das cuenta muy tarde”, dijo con lagrimas.
Ahora nadie lo visita, inicialmente sus padres venían, pero su mamá falleció en un accidente carretero cuando iban de regreso a Juárez después de una visita que le hicieron, desde entonces nunca volvieron. Con sus hermanos habla por teléfono, y le mandan productos de limpieza ropa y zapatos, pero nadie lo visita.
“No le deseo a nadie que esté aquí, es venir a perder años de la vida, es perder la vida aquí, cuando hay muchas oportunidades de tener una vida allá afuera, con una familia y hacer tantas cosas.
“Trato de disfrutar de la comida, de la plática con los compañeros, y de la leer ahora que se leer, porque aquí he aprendido, pero todavía me llega la tristeza, cuando me siento así vuelvo a la psicóloga, porque me llegan otra vez pensamientos de suicidarme”.
Exhorta a los padres de familia que estén atentos de las amistades de los hijos, a los jóvenes que no se dejen influenciar por los malos consejos de los amigos que andan mal, y a los esposos y esposas que busquen ayuda si hay en ellos el sentimiento de los celos que no deja nada bueno, finalizó.
El Diario