Diez minutos antes de las cuatro de la tarde, los edificios del complejo Pemex, en Marina Nacional, se cimbraron con un estallido sordo, que agitó inmuebles de alrededor, de las colonias Anzures y Anáhuac, en la delegación Miguel Hidalgo. Salió mucho polvo, tanto que no dejó ver a quienes estaban cerca. Los vidrios se despedazaron; archiveros, escritorios y miles de hojas volaron. Quedaron desechos entre piedras, láminas y cristales.
“Cuando me asomé, fue una voladera de papeles y gente corriendo. La explosión fue justo donde están los relojes checadores. Había mucha gente, era la hora de salida”, comenta. “¿Pero vio fuego?”, se le pregunta. “No, fuego no”, dice Alejandro García. Él estaba en el edificio D, al lado.
“No hubo tiempo para taparse los oídos, cayeron muchos vidrios de la estructura y lo primero que hicimos fue correr a ayudar a los compañeros”, relata Agustín Olmos. Estaba en una puerta listo para salir a la calle.
Allí quedó la gente. Era el área de Recursos Humanos de la dependencia. Tras la fracción de segundo inmediata después del estallido, en que el silencio se apoderó del aire, empezaron los gritos y los lamentos.
“Estábamos laborando cuando se escuchó un estruendo. Por instinto propio y por nuestro trabajo, acudimos luego luego al lugar. Somos brigadistas e ingresamos. Te puedo decir que no sabemos qué pudo ser, pero se desplomaron dos niveles. Había mucha gente herida”, platica Eduardo García, un hombre que caída la noche decidió retirarse de la zona, porque ya no sabía cómo ayudar.
Su rostro era de preocupación, de un shock que no acababa de asimilar; “lo más impresionante es ver a la gente que pide ayuda, cuando están desesperados, atrapados bajo los escombros. Al ver su rostro de sufrimiento sientes impotencia por no poder ayudarlos más rápido”, comenta.
Al hospital de Pemex de Azcapotzalco, a donde trasladaron a 70 personas lesionadas, la señora María Guadalupe García llegó buscando a su hijo Daniel. “No sé nada de él desde las cinco de la tarde. Nadie nos dice nada, nadie nos da informes. Lo último que supe es que un amigo suyo traía su celular y me dijo que todo estaba bien”, dice angustiada. Muchos familiares han pedido a las autoridades de Pemex dar la lista de los pacientes y de los hospitales en donde están siendo atendidos para evitar “peregrinar” de un lado a otro.
En ese hospital se doblaron guardias y se dio de alta a pacientes no graves para atender a los heridos, a los que llegaron con fracturas de brazos y piernas, crisis nerviosas y lesiones por los pedazos de vidrio del edificio. Cuatro personas fueron operadas.
Afuera de la Torre de Pemex, la espera atormentaba a otros. Para Martha, Angélica y Andrea, hermana, esposa e hija de Sergio Alberto Rocha, un bombero de la paraestatal mexicana, la tarde-noche fue larga por no saber nada del joven. Su celular sonaba cuando ellas marcaban, pero nadie contestaba. Su esposa Angélica sólo pedía verlo para estar en paz, pero nadie le dio respuesta.
“Mi mamá trabaja ahí, pero hasta ahorita no la encontramos en ningún hospital. Mi familia está dividida. Aquí, en Azcapotzalco, en el de Picacho y en la Cruz Roja, pero nadie nos da respuesta. Espero que todo esté bien y la encontremos con vida”, confesó una joven.
En los hospitales, las ambulancias llegaban una tras otra. Sólo en Picacho, en un rato, ingresaron 28. María Guadalupe Miguel se tiró al suelo envuelta en llanto, afuera del hospital, cuando le dijeron que su hijo había muerto. Desesperada, gritó con las manos en el rostro: “¡Yo quiero ver a mi hijo!” Lo había buscado por varias horas en los dos hospitales de la paraestatal y en la Cruz Roja. Hasta que en Azcapotzalco le dieron la mala noticia, la que ayer compartieron más de 20 familias, de las que algún integrante tuvo la mala fortuna de estar ahí, en esa hora.
Cristina López habla rápido porque se deshace en nervios. No sabe nada de su hermano Carlos, de 37 años, y necesita conseguir su número de registro de empleado para reportarlo como desaparecido porque no contesta el celular, porque en las listas de las personas que salieron no está su nombre. “Dicen que ahorita traen más listas”. Mantiene la fe.
Diversos integrantes de su familia trabajan en las oficinas de Pemex. A su hermana, unos minutos después del estallido, le llegó una llamada a su teléfono; “eran amigos que estaban atrapados, pero estaban bien. Llamaron desde allá adentro, pidieron ayuda. Yo creo que no estaban atrapados bajo las piedras porque pudieron moverse para usar el teléfono”, relata.
Lo mismo pasó con el señor José Luis Gutiérrez. Su hermano José Eulalio le llamó por celular para decirle que está bien, sin lesiones, pero que no lo dejan salir; “él y otras personas, como 500, se encuentran retenidas al interior de la Torre, sin que los dejen salir, porque son vigilados por militares, pero ¿por qué les dan ese trato, por qué no nos informan?”, dice el señor, que vino desde Pachuca para encontrar a su hermano. No lo quiere perder. En el 85 ya perdió a uno con los sismos. En esta ocasión no quiere que la tragedia otra vez invada su hogar.
Antes de entrar al inmueble en el que ocurrió la explosión, ataviado en su uniforme rojo y su identificación como Topo, Germán Vázquez fuma y mueve los pies. “Claro que hay miedo, se siente de todo, no sabes, pero si podemos poner un granito, adelante”. (Con información de Rafael Montes, Arturo García, Karla Mora, Phenélope Aldaz, Claudia Bolaños, Alberto Morales, Ruth Rodríguez y Natalia Gómez)
El Universal