De acuerdo con el acta complementaria 582/2013 de la Cruz Verde de Guadalajara Delgadillo Araujo, la señora María de Lourdes González Pardo padecía de cáncer, por lo que acudió a la clínica que le correspondía en Puerto Vallarta, donde le informaron que no contaban con el medicamento que requería con extrema urgencia para calmar sus intensos dolores. Su hija Fátima Maciel Carrillo González la llevó a Guadalajara para que le suministraran la medicina.
Según el documento, que elaboró el Ministerio Público adscrito a Cruz Verde Delgadillo Araujo, “Carrillo González dijo que hace aproximadamente dos meses y medio su madre fue operada para extirparle un tumor canceroso, debido a que estaba en fase terminal, y se recuperaba en Puerto Vallarta. Sin embargo, padecía de dolores muy fuertes y no pudo conseguir el medicamento en el IMSS de su localidad, por lo que la trasladó al Centro Médico Nacional de Occidente”.
A este hospital de tercer nivel ingresó a las 2:00 de la madrugada del pasado 21 de septiembre. En el centro de especialidades le informaron que tampoco tenían el fármaco.
Entonces, la señora María de Lourdes le informó a su hija que iría al baño que estaba cerca. Momentos después –se dice en el acta– Fátima Maciel “de pronto escuchó un disparo y al asomarse encontró a su madre sentada en la taza, con un revólver calibre .22 en sus manos”. El personal del hospital trasladó a María de Lourdes al área de urgencias, pero a los pocos minutos le dijeron a Fátima Maciel que su madre había muerto. A las 7:30 de la mañana fue recogido el cuerpo y el arma fue asegurada por la Fiscalía General del Estado.
Entrevistada por teléfono, Fátima Maciel Carrillo señala que su progenitora radicaba en Guadalajara y ella la trasladó a Vallarta para que disfrutara de un mejor clima.
Comenta que en los viajes en autobús a Guadalajara se percataron de que no eran las únicas personas que iban hasta la capital del estado para que les administraran los medicamentos controlados, ya que no los encontraban en Puerto Vallarta, pese a que es una ciudad importante.
Con voz entrecortada, Fátima Maciel comenta que es urgente instalar en el puerto una clínica del dolor, aunque sólo se dan cuenta de esta necesidad quienes padecen una enfermedad en fase terminal y sus familiares.
En ningún momento critica a quienes la atendieron en el Seguro Social. Incluso reconoce el apoyo que le brindaron algunos médicos de esta institución y personal del Hospital Civil de Guadalajara. El problema, enfatiza, es que no tenían el medicamento necesario.
Relata que su mamá fue operada y antes de que volviera a Guadalajara para atenderse sufría tan intensos dolores que no soportaba permanecer prácticamente en ninguna posición.
Precariedad
La falta de medicamentos, incluso algunos de uso común y no se diga los especiales o los controlados, es una constante en las clínicas del IMSS en Puerto Vallarta, ubicadas en las colonias El Progreso y Palmar de Aramara, así como en el Hospital General de Zona.
Parecidas condiciones prevalecen en los hospitales del IMSS en todo el estado, incluida Guadalajara, según las quejas de usuarios.
Las consultas con especialistas, así sean urgentes, se otorgan entre cuatro y seis meses después de solicitarlas, porque la agenda, dicen los empleados, siempre está repleta. No son pocos los casos en que las personas fallecen mientras esperan ser atendidas.
Y cuando un médico falta, todas sus citas se reprograman, ante la molestia de los pacientes, quienes no tienen de otra, que esperar.
En la farmacia del IMSS escasean los medicamentos y cuando los pacientes recurren al director de la clínica, éste pregunta en otras unidades médicas si disponen del fármaco; si no, avisa al paciente que llegará en el siguiente embarque o sencillamente le receta cualquier pastilla.
Lo único que comentan al respecto los empleados de la farmacia es que el control de medicamentos es muy estricto. Ni a los derechohabientes, quienes reciben su medicina a principio de mes, se les vuelve a surtir la receta antes de los 30 días de rigor.
Varios pacientes entrevistados consideran que ya no se trata de anomalías sino de una condición permanente en el instituto, y aunque reconocen a ciertos médicos que tienen vocación de servicio, saben que sin medicamentos poco o nada pueden hacer.
“¿Quejarse? ¿Para qué? Si ya sabemos cómo es el Seguro. Nos dan el avión y nos felicitan por haber presentado la queja, pero los problemas siguen. Eso sí, si se tienen influencias es otra cosa”, dice uno de los pacientes entrevistados en una de las clínicas.