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Domingo, 01 Septiembre 2013 21:53

Atemajac: en un punto converge la nostalgia con olor a las carnitas y el birote Destacado

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En los portales de la plaza de Atemajac hay oficinas del ayuntamiento de Zapopan  Foto Hector Jesús Hernández

Un pueblo que alguna vez fue obrero en una textilera que llegó tener 3 mil 600 husos

 

Mauricio Ferrer.- Cada vez que Armando Zepeda, un hombre de 29 años que vende birote a la entrada del Mercado de Atemajac, sobre la avenida Federalismo, hace una pregunta a sus clientes, estos dudan por un momento antes de decirle que sí.

Hombres, mujeres, ancianos, echan un poco la cabeza hacia atrás antes de contestarle a Armando. Y es que Armando, quien viste un overol naranja chillante, lanza tan rápido las preguntas que es difícil que el cerebro carbure a la misma velocidad con la que se mueven sus labios.

“¿A poco mi birote no es el mejor del mundo?”, es la pregunta con la que Armando atiza a quien tiene unas pinzas y se dispone a sacar de alguna de las 30 canastas de birotes uno de estos panes que no saben igual si no tienen el sello Made in Guadalajara, ya que la capital de Jalisco tiene cierta “presión atmosférica” que hace a esta mezcla de harina y levadura, única en el mundo, según él.

“¡Ey, sí!”, contesta una mujer. “Noooombre, por supuesto”, dice un viejo. “Eeehhhh… claro”, responde tarde un hombre quien antes, por su rostro desencajado ante tal pregunta, quizá pensó: “¿me estará albureando?”.

Como sea, todos dicen que el de Armando es el mejor birote, quizá no del mundo, pero al menos sí lo es de ese pasillo del acceso principal al mercado de Atemajac.

Armando, a casi tres décadas de vida, tiene un título en mercadotecnia que no le ha dado la Universidad. Él sabe cómo vender. Y su birote, a las 13 horas se ha terminado. Es tan bueno, dice y dicen los que lo compran, que por ahí de las dos de la tarde, otro cargamento del pan llegará a su local.

“Crujiente, doradito y delicioso”. Ese es el secreto para un buen birote, revela Armando. “Mi birote está tan bueno que la competencia nos quiere tapar (señala la lona de al lado que combina con el naranja de su mandil) pero nos la pelan”, dice.

Fleima, salado, bola dulce, mini, salado grande, telera… birotes de uno y otro tamaño, de sabores contrastantes y de magnitudes que, bueno, uno sólo quizá abarca todo el tórax de Armando.

Acá en el mercado de Atemajac abundan los birotes, las carnitas de puerco, las salsas, los limones, todo para alimentar con tortas ahogadas a un regimiento. El ayudante del birotero dice que el de Atemajac tiene el Récord Guiness por tener más carnicerías que cualquier otro mercado.

 

El mercado. Foto Héctor Jesús Hernández

Internet no arroja tal dato. Lo cierto es que existen unas 34 carnicerías en las que los cueritos, la maciza, el chicharrón, la pancita, el buche, el diezmillo, el peinecillo, el chorizo, las chuletas, las tripas y todo lo que de la vaca y el puerco se pueda comer abren más los ojos grandes de las moscas que revolotean de un puesto a otro.

La panza también hace ruido cuando por el olfato entran los olores de las carnitas aceitosas, los quesos y las cremas, las frutas, los birotes, las aguas frescas y los caldos que desde el área de comida, impregnan el resto del mercado.

Acá es Atemajac, el mercado del barrio del mismo nombre, Atemajac, uno de los más emblemáticos de la ciudad, entre los límites de Guadalajara y Zapopan.

Atemaxaque, Atlimaxaque, raíces indígenas que significan “lugar donde las piedras bifurcan el agua”. En Atemajac, el agua es tan fluida como las palabras de Armando; cada mañana, algunas casas amanecen con agua en el piso, que se filtra desde el subsuelo.

“Yo he trabajado en otros lugares, en otros mercados, en fábricas y eso, pero a dónde va más uno que más valga”, remata Armando.

 

Los birotes de Armando Zepeda son “los mejores”. Foto Héctor Jesús Hernández

La textilera, tejedora de un pueblo

Entre las calles Mérida y Oaxaca existe un halo de historia acerca del barrio de Atemajac. Ahí fue edificada una próspera fábrica textil que fue factor clave para el poblamiento del lugar.

El 7 de julio de 2008 la reportera Cecilia Durán publicó un reportaje en La Jornada Jalisco acerca de esta industria que, con base en datos del libro El Patrimonio Jalisciense del siglo XIX: Entre fábricas de textiles, de papel y de fierro, de Federico de la Torre, significó un boom en el sector textil de entonces.

 

Fachada de la antigua fábrica textil. Foto tomada del libro El patrimonio industrial de Jalisco, de Federico de la Torre. Foto La Jornada Jalisco

De acuerdo con la obra del académico de la Universidad de Guadalajara, la Compañía Industrial de Atemajac abrió sus puertas en 1843.

Toda la maquinaria era proveniente de Estados Unidos y hacia 1846 llegó a tener cerca de 3 mil 600 husos en movimiento y 90 telares. Para fines de siglo, según De la Torre, ya contaba con estampados.

La fábrica alentó el crecimiento de la población de ese lugar. En 1889, tenía unos tres mil habitantes y en torno a esta industria, había una capilla, escuelas y varios establecimientos. Era una pequeña ciudad obrera de la que incluso en el siglo pasado surgió un importante equipo de fútbol, el Club Deportivo de Occidente, acérrimo enemigo del equipo que nació en otra industria textil importante de Guadalajara, la de La Experiencia, en Zapopan.

La fábrica dejó de producir en 1992 y, como bien documentó Durán, hoy es sede de una empresa mexicana de venta de calzado y ropa por catálogo.

 Una siestecita

El viento sopla delicioso en cualquier banca de esta plazoleta. Es la plazuela afuera de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en Atemajac. Frente al templo, lejos, muy lejos, oficinas del ayuntamiento de Zapopan, para cualquier trámite del Registro Civil o del sistema DIF municipal.

Farmacias pequeñas, heladerías, loncherías, tiendas de abarrotes, fruterías, locales en los que se venden uniformes, este lugar tiene un toque pueblerino, cuya calma le blinda del tráfico de la avenida Federalismo, a sólo un par de cuadras.

Niños van de regreso de la escuela a sus hogares, un par de jóvenes compran una paleta a un anciano que vende helados en un carrito, una pareja de adultos maduros se toman de la mano y se dan sus besitos en un rincón, un hombre baja de su bicicleta y lee un diario amarillista en otro asiento, la plaza es un oasis de serenidad en medio de una gran ciudad.

“¿Vives frustrado, angustiado, celoso, ansioso, te sientes que nadie te entiende?”, se lee en una cartulina naranja afuera de la iglesia de piedra. El anuncio alude a un grupo de Neuróticos Anónimos cercano.

Quizá basta una siesta en cualquier momento del día en la plaza de Atemajac –como la que varios hombres hacen en cualquiera de las bancas de metal color verde, a la sombra de un árbol y con un aire fresco–, para cambiar esos sentimientos de frustración, angustia, ansiedad e incomprensión que concede la cotidianeidad por unos buenos ronquidos.

 

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