El arzobispo Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo de la Familia y postulador de la causa manifestó, después de un encuentro con el Papa, que “el proceso de beatificación ha sido desbloqueado”.
El arzobispo Oscar Romero murió de un disparo en el corazón, realizado por un francotirador, cuando celebraba misa en un hospital de San Salvador el 24 de marzo de 1980. El capitán Álvaro Saraiva se confesó organizador del asesinato por orden del comandante Roberto D’Aubuisson.
La archidiócesis de El Salvador inició su proceso de beatificación como mártir en 1994 y envió el expediente a Roma en 1995, pero el Vaticano prefirió esperar en vista de la violencia en el país y de que algunos promotores de la teología de la liberación y varias guerrillas de Centroamérica habían tomado a Romero como bandera de su causa.
En realidad, el arzobispo mártir era más bien conservador. Se mostraba cercano a los pobres y defendía a los débiles sencillamente porque es el mandato del Evangelio. Por desgracia, otros obispos salvadoreños, aliados del poder militar, le calumniaron en Roma y crearon recelos en el entorno de Juan Pablo II.
En su primer viaje a Centroamérica en 1983, Juan Pablo II se salió del programa durante la visita a la catedral de San Salvador para arrodillarse ante la tumba del arzobispo Oscar Romero y le definió “celoso Pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida”.
El presidente salvadoreño, Mauricio Funes visitará al Papa a finales de mayo y dará su apoyo a la causa. No es necesario, pues el cardenal Bergoglio tenía devoción por Romero y le consideraba un mártir.